lunes, 13 de febrero de 2017

DERECHOS HUMANOS (XI)

(CENTENARIO CONSTITUCIONAL)
El 5 de febrero se celebró sin tanto bombo y platillo el primer centenario de la constitución política de los estados unidos mexicanos. Discursos ditirámbicos en la capital del país y en las capitales estatales pronunciados por los ejecutivos o por alguna persona importante en el medio jurídico y eso bastó para cumplir con el requisito cívico. La constitución mexicana representa ya en el mundo moderno una de las más antiguas y de las que más se le ha metido mano por parte del reformador constitucional, casi 700 reformas en cien años nos dicen mucho de las reglas del poder político y poco de la eficiencia en el cumplimiento efectivo de las normas constitucionales.

Desde que somos una república independiente los mexicanos hemos profesado un defecto que no nos hemos podido quitar de encima: el incumplimiento de las normas. Cuando México tuvo sus primeras constituciones el no cumplimiento fue la nota que las caracterizo: la constitución de 1824 solo fue un documento impráctico en la vida material aunque válido por las ideas que se ahí se establecían, en esos años nuestra patria se debatía en luchas intestinas y no hubo  campo para aterrizar un gobierno estable que pudiese trabajar con la ley en la mano. La constitución de 1836 y la propia de 1843 tuvieron el mismo destino, imprácticas debido al estado convulsivo del país. Fue en 1857 cuando parecía que por fin se podía establecer un gobierno de leyes, pero no, lo que en un principio parecía el nacimiento de un auténtico estado de derecho, la fuerza de los acontecimientos hicieron que el proyecto fallara.

Que conste que no digo que las normas establecidas en la constitución de 1857 fuesen erróneas o imposibles de aplicar. No, como siempre el factor humano con su política degradante hizo que las normas que podían salvar a México no se aplicaran. Porfirio Díaz gobernó a esta nación casi 30 años, 30 años en los cuales la constitución solo fue un pretexto para gobernar a raja tabla y favorecer a los de siempre. La justicia social no existía y los derechos humanos que ese ordenamiento estableció de manera sistemática no se pudieron aplicar, salvo excepciones en las cuales no se dañara el tejido de las redes del poder del mundo porfirista. En ese nefasto periodo –que muchos alaban por sus éxitos económicos- la nota principal en el arte de gobierno fue el autoritarismo en todas las esferas de la administración y de la aplicación del derecho. El gobierno de Díaz era el gobierno de un solo hombre pese a que la ley disponía la división de poderes.

La concentración del poder como característica del sistema político que nos ha dominado y domina en la actualidad, ha tenido sus consecuentes reformas. La presión de la olla tiene que ser liberada, el ejemplo de la revolución de 1910 no puede suceder de nuevo, el sistema político a partir de finales de los años 20 y principios de los 30 del siglo pasado aprendió la lección y estableció el método para que los mismos de siempre gobernaran bajo sus reglas. Plutarco Elías Calles al fundar lo que hoy es el PRI consolidó en un solo núcleo a los beneficiarios del triunfo de la revolución –no, no fueron los obreros y campesinos tal y como durante décadas se dijo hasta el cansancio; los triunfadores fue el sistema capitalista, las clases medias y a clase política depredadora de los bienes nacionales-. La concentración del poder en pocas manos no ha podido ser destruida por el orden jurídico, la razón es obvia, quien hace las reformas es quien detenta el poder político.

Las casi 700 reformas que ha tenido la constitución no han servido para mucho. Alguien diría que sí, que su utilidad estriba en la modernización del país para ponerlo en línea con los acontecimientos políticos y económicos del mundo moderno. No lo niego, es posible que algunas reformas cumplan con ese propósito y también, añado, con el mejoramiento de la administración pública y en el caso de los derechos humanos y sus garantías, para demostrar al mundo que somos líderes en encabezar un proteccionismo jurídico a las personas, tal y como la doctrina de estos derechos exigen con vigor. Pero, otras reformas han sido instrumentadas para concentrar el poder en pocas manos, para desproveer al pueblo de sus bienes nacionales, para poner al país en manos de compañías extranjeras, para destruir con reformas que se han catalogado como “estructurales” la pérdida de la identidad nacional y la evidente posibilidad de que nosotros seamos el factor más importante de nuestro destino y desarrollo económico.

El ánimo reformista, en conclusión, solo ha servido a muy pocos y no a la mayoría. El pueblo sigue siendo pobre, más del 50 por ciento de los mexicanos está por debajo del índice de satisfacción económica y no hay una sola norma constitucional que ataque el problema de la pobreza, se habla de independencia económica, de mejoramiento de las condiciones de vida, pero no hay una sola disposición que obligue al Estado a sacar a los nacionales de la pobreza. Por lo que, ésta más que una condición social es un estímulo del sistema político para continuar medrando con el presupuesto y alegando en discursos que ahora sí se combate a la miseria de manera integral.

Las reformas constitucionales más sonadas han sido aquellas que han transformado a México de una nación con patrimonio propio, a una que disgrega lo que tiene en aras de un supuesto desarrollo que no nos es ajeno. Y también aquellas que han modificado las reglas del poder político sin que en realidad se logre el objetivo. El ejemplo son las incesantes reformas electorales que no han solucionada nada y que solo han servido para crear una partidocracia muy lejana al sistema de partidos que opera en las naciones del primer mundo. Estas reformas, la económica y la política son el banderín de la clase política soberbia y entregada a intereses extranjeros que hoy gobierna.

Solo deseo citar que los derechos humanos han sido a lo largo de cien años motivo de algunas reformas. Sí, que bueno y que malo. Qué bueno porque algunas reformas han sido para reconocer derechos y que malo, porque todo lo que se ha creado para la defensa de los derechos, hasta ahora es casi  punto muerto, los derechos humanos siguen siendo aspiraciones y estamos lejos de concretizar su plena vigencia material.

Es de vital importancia, por estas razones y por otras quizá mejores, que como hace cien años se cree un constituyente nuevo; pero antes de eso es básico que todos los mexicanos sin excepción tengamos en cuenta de que es imposible ser libres si no hay respeto a la ley, y de que la constitución como ley suprema tiene que ser el ideal a seguir. En caso adverso estaremos como hasta hoy, sumidos en la confusión y siendo víctimas de un sistema político que no tiene llenadero.

miércoles, 1 de febrero de 2017

DERECHOS HUMANOS (X)

 (ENTRE LA BASURA Y EL SÍNDROME DE AMOK)|


Resulta verdaderamente increíble lo que sucede en la capital del Estado de Guerrero, la no menos famosa ciudad de Chilpancingo. Sí, es famosa por ahí se dictaron los Sentimientos de la Nación por el celebérrimo José María Morelos y Pavón, también porque fue la primera ciudad en la cual se declara la independencia de España y se establecen los parámetros ideológicos y jurídicos de lo con posterioridad sería el México independiente.  En los ditirámbicos discursos de la cada vez más desgastada clase política local se hace alusión a esa importancia de la capital del Estado. Pero, su importancia histórica no tiene nada que ver con su relevancia política y como ciudad que  a través de los años ha sido receptora de la migración interna.

Todas las ciudades mexicanas que tienen una relevancia histórica son respetadas por sus gobiernos locales. Querétaro, por ejemplo, es motivo de orgullo para los locales, en esa ciudad se expidió tanto la constitución federal de 1857 como la actual de 1917, amén de otros eventos históricos relevantes durante la lucha independentista como en la revolución. Su categoría de ciudad histórica le ha valido el reconocimiento de todos los mexicanos, en especial de sus habitantes. Si visitan esa ciudad se sorprenderán de su limpieza, de su orden, de su progreso económico. Y así se puede poner de ejemplo a otras ciudades. Morelia es otro caso, su centro histórico es bellísimo, el orden y la limpieza es notable. Los michoacanos por tradición histórica respetan sus ciudades y la veneran como la cuna de Morelos y lugar donde la histórica de México vio desarrollar eventos magníficos ¿Otra ciudad respetable por sus gobernantes y políticos? Que me dicen de Puebla de los Ángeles; los poblanos aman su ciudad y la respetan. Y así se puede ir citando ejemplos de ciudades y poblados que son venerados por tirios y troyanos y pese a las diferencias políticas y sociales no hacen excusa de ellas para abandonarlas.

El cuidado de los lugares donde uno vive no solo es una obligación ciudadana o de gobierno, sino también un deber moral. En lo individual se nos dice que debemos bañarnos y presentarnos limpios a donde vayamos, el aseo personal es un reflejo de la personalidad individual. Bueno, pues  así como cuidamos o debemos cuidarnos en lo individual existe responsabilidad para que, como gobierno o como ciudadanos cuidemos la ciudad o lugar donde vivimos. Esa responsabilidad deviene de la ley, pero también de la moral ya que significa el reconocimiento y cumplimiento de valores específicos ligados con el decoro, la consideración de uno mismo y la que otros pueden tener sobre nosotros, el ejemplo para mejorar y la salubridad como entorno de nuestra presentación. En la ciudad o pueblo donde habitemos el orgullo de pertenencia es básico para la solidaridad social.

Pero que sucede cuando nuestra ciudad, Chilpancingo, es y ha sido la mejor representación de la suciedad, el desorden urbano, la dejadez, el ahí se va, la ausencia de autoridades preocupadas por la limpieza y la sana otorgación de los servicios públicos. Pues sucede lo que hoy tenemos una ciudad en crisis total administrada por gobiernos fallidos, débiles y despreocupados por la urgencia de vivir en entornos dignos. Si usted vive en esta ciudad por favor dígame que servicio público funciona adecuadamente ¿alumbrado público, rastro, panteones, tránsito, desarrollo urbano, parques y jardines, recolección y tratamiento de basura, agua potable (si, potable, no nada más agua, sino potable)? Verdad que ninguno de ellos se presta por parte de la autoridad con eficiencia ¿y qué pasa cuando no se es eficiente? Pues simple y sencillamente estamos en presencia de un Estado fallido, débil e inoperante.

La crisis actual de la basura no es más que un signo evidente de la inoperancia gubernamental y la dejadez ciudadana. El gobierno municipal ha sabido desde el pretérito que este problema estallaría a corto plazo  e hizo muy poco, casi nada; y la ciudadanía (me incluyo) hemos creído como verdaderos idiotas que la crisis no llegaría, que más temprano que tarde los que gobiernan harán su trabajo y todo se resolvería. No asumimos el papel reclamante, exigente, que una sociedad democrática haría ante un problema que le puede causar trastornos de salud, nos hemos quedado impávidos o a lo sumo se ha reclamado en redes sociales o en articulitos como este.

Chilpancingo es la ciudad capital más fea de la república, todos lo sabemos desde hace décadas. Bueno si nada más fuéramos la más fea, pues ni modo, pero no, la fealdad no es una condición que la naturaleza nos dio por nuestra ubicación geográfica o cualquier otra causa. La fealdad es producto de lo que hemos dejado de hacer. Tal parece que el vivir acá no nos produce ningún sentimiento de orgullo, que ignoramos nuestra historia y nos conformamos con las migajas de progreso que nos han aventado como si fuésemos perros hambrientos. Nos haría bien que por un rato nos trastocara el síndrome de Amok, que consiste en una súbita y espontánea explosión de rabia salvaje que hace a las personas atacar a otras. Solo la rabia finita nos puede ayudar porque está probado que aquí el diálogo y la buena voluntad solo son conceptos etéreos y de utilización en discursos propios de la política de campanario.