DERECHOS HUMANOS (III)
El sistema
político mexicano era como un gato de siete vidas. Sobrevivió a los embates de
los años sesentas y setentas en los cuales se le cuestionó tanto su viabilidad como
gobierno encarnado en el PRI y, sobre todo dejó mucho que desear respecto a la
condición de moralidad que dejaba puesta sobre la mesa. El sistema y su partido
cooptaron voluntades, modificaron el discurso y en el campo de los derechos humanos
ampliaron el margen de posibilidades para los jóvenes quienes precisamente eran
quienes defenestraban con gran vigor al sistema y las formas de hacer política
en México.
Al sistema se le
había puesto el cañón de la pistola en la sien, tuvo la habilidad para que el
amenazante bajara el arma y todo continuara como siempre, no podía ser de otra
manera, el gatopardismo se constituyó como efectiva manera de hacer política.
El régimen de Luis Echeverría y el de José López Portillo fueron la muestra
perfecta en el arte de pretender cambiar para quedar exactamente igual.
Todo parecía
quedar en la misma situación pero el mundo se movía en una determinada
dirección y el país no podía quedar estático; o se movía al parejo o se quedaba
rezagado de la política internacional.
En el transcurso
de los años ochenta México se influenció de los grandes acontecimientos
mundiales. Fue la época del aumento de las tensiones de la guerra fría entre
Estados Unidos y Rusia, haciéndose más cercana la posibilidad de una guerra
nuclear. Esa posibilidad disminuyó considerablemente con las políticas de Glasnost
y Perestroika encabezadas por el mandatario ruso Mijail Gorvachov, que
desmantelaron el comunismo soviético y el desmembramiento territorial de la
URSS originándose un cambio de dirección en la política rusa y en la manera de
enfrentar los problemas mundiales y los locales. El sistema económico de todas
las rusias colapsó permitiéndose la entrada al libre comercio y en consecuencia
a las libertades que vienen
acompañadas con el sistema liberal. No solo Rusia fue impactada, todo el bloque
pro-soviético conocido como la Cortina de
Hierro también sucumbió en su modelo político y económico y todos los
países satélite de la ahora ex URSS dieron la bienvenida al sistema económico
liberal y sus aparentes libertades individuales y colectivas.
Ronald Reagan el presidente
yanqui, presentó al mundo una serie de medidas económicas que dieron origen a
lo que hoy denominamos como neo liberalismo, que no es otra cosa que la pretensión
bien lograda de los países líderes del capitalismo para tener mejores opciones
de apoderamiento del mercado mundial y, al interior de ellos, establecer a
través de organismos multilaterales como el FMI, el Banco Mundial y otros,
políticas para el desmantelamiento de los Estados nacionales, obligándolos
abandonar la política soberana de ser agente principal de la economía y dejar
en contrapartida que sean las empresas nacionales o extranjeras quienes se
hagan cargo del devenir económico.
Esa política
triunfó y minó al Estado concentrador, en México su éxito fue rotundo a grado
tal que a partir de ese momento, mediados de los ochentas, el discurso del
Estado cambió y los éxitos del pasado quedaron como meras anécdotas, ahora se
escribiría otra historia muy diferente.
Aquí en México,
hemos sido a lo largo de todos estos años excelentes alumnos de los organismos
económicos multilaterales, adoptando a pie de la letra todas sus abominables
recetas para el progreso. Hemos obedecido hasta la saciedad las políticas
liberales en detrimento de los intereses sociales, no importando si con ello
los derechos sociales adquiridos se vayan al pozo del olvido. El Estado
mexicano a partir de la presidencia de Miguel de la Madrid ha venido
desmantelando su influencia en la economía, vendiendo todo a los particulares y
permitiendo cada vez más la intromisión del capital extranjero en actividades
que antes eran exclusivas de los nacionales. El Estado protector cayó en
beneficio del Estado liberal o mínimo. Para los neoliberales el Estado no puede ni
debe ser agente económico preponderante, su misión se trastoca en detrimento de
los derechos de libertad de las personas. La rectoría del Estado, dicen, no es
más que la prolongación de un sismo que a nadie beneficia porque impide que el
ser humano desarrolle su inventiva y genialidad para ser agente económico preponderante.
El Estado, dicen, tiene una misión básica de la cual no puede distraerse: el
otorgar seguridad y orden a los habitantes del Estado; esa tarea, sostienen, es
la única que justifica su existencia.
El mundo y no
solo México se vio envuelto en este desiderátum. El occidente creyó que el
nuevo liberalismo o neo liberalismo era la salida ante la crisis; el Estado
socialista había fracaso rotundamente, la caída de los países satélite de la
URSS fue la contundente prueba de que el vencedor de la guerra fría era el
capitalismo y su modelo político – económico; esa tesis banal fue incluso
sostenida por los medios intelectuales aliados al gran capital tal y como lo ha
sido desde siempre la escuela económica conocida como los Chicago boys. La salida única es el capitalismo, no solo en lo
referente al quehacer económico sino también en todo el cúmulo de derechos que
dice representar y que no son otros que la propiedad y la libertad de comercio,
pilares de del sistema capital.
El capitalismo
como ideología se mostró vencedor en casi todo el mundo, sus enemigos empequeñecían
aunque algunos no dieron su brazo a torcer tan pronto como se esperaba. China,
por ejemplo, siguió en el discurso del comunismo pero en la práctica económica
poco a poco se fue amoldando a las nuevas políticas provenientes de occidente.
El capitalismo se modernizó al terminar de plano con el modelo económico
cerrado –sustitución de importaciones- obligando al mundo a pactar entre sí
para mejorar el tránsito de mercancías y productos. México junto con Estados
Unidos y Canadá signaron el Tratado de Libre Comercio –TLC o NAFTA-, y a partir
de ese tratado el modelo se popularizó en todo el orbe. Hoy en lo económico el
mundo puede dividirse por regiones económicas específicas con el propósito de
hacer más ágiles los mercados y aumentar las ganancias de las empresas y los
emprendedores que se benefician de las nuevas políticas, las que, de origen, no
emanaron del seno de los Estados nacionales en función de su soberanía sino de
los retorcidos intereses de los centros empresariales mundiales a quienes les
urgía que el modelo capitalista se vistiera con nuevos ropajes, no importando
si con ello millones de personas quedaran en el desempleo y sin la protección
legal que en justicia merecen.
Este nuevo modelo
revitalizó la economía mundial en tal sentido, pero ha sido un lastre en lo que
respecta a los derechos humanos de las personas.
(Continuará)
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