DERECHOS HUMANOS (XI)
(CENTENARIO CONSTITUCIONAL)
El 5 de febrero se celebró sin
tanto bombo y platillo el primer centenario de la constitución política de los
estados unidos mexicanos. Discursos ditirámbicos en la capital del país y en
las capitales estatales pronunciados por los ejecutivos o por alguna persona
importante en el medio jurídico y eso bastó para cumplir con el requisito
cívico. La constitución mexicana representa ya en el mundo moderno una de las
más antiguas y de las que más se le ha metido mano por parte del reformador
constitucional, casi 700 reformas en cien años nos dicen mucho de las reglas
del poder político y poco de la eficiencia en el cumplimiento efectivo de las
normas constitucionales.
Desde que somos una república
independiente los mexicanos hemos profesado un defecto que no nos hemos podido
quitar de encima: el incumplimiento de las normas. Cuando México tuvo sus
primeras constituciones el no cumplimiento fue la nota que las caracterizo: la
constitución de 1824 solo fue un documento impráctico en la vida material
aunque válido por las ideas que se ahí se establecían, en esos años nuestra
patria se debatía en luchas intestinas y no hubo campo para aterrizar un gobierno estable que
pudiese trabajar con la ley en la mano. La constitución de 1836 y la propia de
1843 tuvieron el mismo destino, imprácticas debido al estado convulsivo del
país. Fue en 1857 cuando parecía que por fin se podía establecer un gobierno de
leyes, pero no, lo que en un principio parecía el nacimiento de un auténtico
estado de derecho, la fuerza de los acontecimientos hicieron que el proyecto
fallara.
Que conste que no digo que las
normas establecidas en la constitución de 1857 fuesen erróneas o imposibles de
aplicar. No, como siempre el factor humano con su política degradante hizo que
las normas que podían salvar a México no se aplicaran. Porfirio Díaz gobernó a
esta nación casi 30 años, 30 años en los cuales la constitución solo fue un
pretexto para gobernar a raja tabla y favorecer a los de siempre. La justicia
social no existía y los derechos humanos que ese ordenamiento estableció de
manera sistemática no se pudieron aplicar, salvo excepciones en las cuales no
se dañara el tejido de las redes del poder del mundo porfirista. En ese nefasto
periodo –que muchos alaban por sus éxitos económicos- la nota principal en el
arte de gobierno fue el autoritarismo en todas las esferas de la administración
y de la aplicación del derecho. El gobierno de Díaz era el gobierno de un solo
hombre pese a que la ley disponía la división de poderes.
La concentración del poder como
característica del sistema político que nos ha dominado y domina en la
actualidad, ha tenido sus consecuentes reformas. La presión de la olla tiene
que ser liberada, el ejemplo de la revolución de 1910 no puede suceder de
nuevo, el sistema político a partir de finales de los años 20 y principios de
los 30 del siglo pasado aprendió la lección y estableció el método para que los
mismos de siempre gobernaran bajo sus reglas. Plutarco Elías Calles al fundar
lo que hoy es el PRI consolidó en un solo núcleo a los beneficiarios del
triunfo de la revolución –no, no fueron los obreros y campesinos tal y como
durante décadas se dijo hasta el cansancio; los triunfadores fue el sistema
capitalista, las clases medias y a clase política depredadora de los bienes
nacionales-. La concentración del poder en pocas manos no ha podido ser
destruida por el orden jurídico, la razón es obvia, quien hace las reformas es
quien detenta el poder político.
Las casi 700 reformas que ha
tenido la constitución no han servido para mucho. Alguien diría que sí, que su
utilidad estriba en la modernización del país para ponerlo en línea con los
acontecimientos políticos y económicos del mundo moderno. No lo niego, es
posible que algunas reformas cumplan con ese propósito y también, añado, con el
mejoramiento de la administración pública y en el caso de los derechos humanos
y sus garantías, para demostrar al mundo que somos líderes en encabezar un
proteccionismo jurídico a las personas, tal y como la doctrina de estos
derechos exigen con vigor. Pero, otras reformas han sido instrumentadas para
concentrar el poder en pocas manos, para desproveer al pueblo de sus bienes
nacionales, para poner al país en manos de compañías extranjeras, para destruir
con reformas que se han catalogado como “estructurales” la pérdida de la
identidad nacional y la evidente posibilidad de que nosotros seamos el factor
más importante de nuestro destino y desarrollo económico.
El ánimo reformista, en
conclusión, solo ha servido a muy pocos y no a la mayoría. El pueblo sigue
siendo pobre, más del 50 por ciento de los mexicanos está por debajo del índice
de satisfacción económica y no hay una sola norma constitucional que ataque el
problema de la pobreza, se habla de independencia económica, de mejoramiento de
las condiciones de vida, pero no hay una sola disposición que obligue al Estado
a sacar a los nacionales de la pobreza. Por lo que, ésta más que una condición
social es un estímulo del sistema político para continuar medrando con el
presupuesto y alegando en discursos que ahora sí se combate a la miseria de
manera integral.
Las reformas constitucionales más
sonadas han sido aquellas que han transformado a México de una nación con
patrimonio propio, a una que disgrega lo que tiene en aras de un supuesto
desarrollo que no nos es ajeno. Y también aquellas que han modificado las
reglas del poder político sin que en realidad se logre el objetivo. El ejemplo
son las incesantes reformas electorales que no han solucionada nada y que solo
han servido para crear una partidocracia muy lejana al sistema de partidos que
opera en las naciones del primer mundo. Estas reformas, la económica y la
política son el banderín de la clase política soberbia y entregada a intereses
extranjeros que hoy gobierna.
Solo deseo citar que los derechos
humanos han sido a lo largo de cien años motivo de algunas reformas. Sí, que
bueno y que malo. Qué bueno porque algunas reformas han sido para reconocer
derechos y que malo, porque todo lo que se ha creado para la defensa de los
derechos, hasta ahora es casi punto
muerto, los derechos humanos siguen siendo aspiraciones y estamos lejos de
concretizar su plena vigencia material.
Es de vital importancia, por
estas razones y por otras quizá mejores, que como hace cien años se cree un
constituyente nuevo; pero antes de eso es básico que todos los mexicanos sin
excepción tengamos en cuenta de que es imposible ser libres si no hay respeto a
la ley, y de que la constitución como ley suprema tiene que ser el ideal a seguir.
En caso adverso estaremos como hasta hoy, sumidos en la confusión y siendo
víctimas de un sistema político que no tiene llenadero.