martes, 27 de septiembre de 2016

LA RENUNCIA DE PEÑA

La renuncia formal del presidente Peña Nieto al cargo que ostenta desde hace cuatro años es prácticamente imposible. En el siglo XX, si no me equivoco, solo Porfirio Díaz renunció a la presidencia empujado por la efervescencia de la revolución, la derrota de las fuerzas federales en Ciudad Juárez fue la causa final que el viejo dictador consideró para tomar esa decisión. Si Díaz hubiera cumplido su promesa hecha en 1908 de  no participar en el proceso electoral siguiente y dejar el paso a nuevos actores políticos, la historia lo hubiere juzgado de manera diferente a como lo hace hoy, pero el héroe de la batalla del 2 de abril se aferró al poder y pagó las consecuencias.

Aclaro que no considero que la renuncia al cargo de presidente hecha por Pedro José Domingo de la Calzada Manuel María Lascuraín Paredes, como un evento de un jefe de Estado, puesto que solo estuvo en el cargo 45 minutos procediendo a abandonar el cargo para dejarle la silla al chacal Victoriano Huerta, el homicida de Madero y Pino Suarez. Lascuarín cuyo nombre tarda más en pronunciarse que su estadía en el poder, realmente no tomó ninguna decisión de Estado, salvo la que concierne a su renuncia. Sin duda, su paso por la historia de México es más que penoso.

Lascuarin renunció el mismo día que protestó el cargo, el 19 de febrero de 1913, Porfirio Díaz lo hizo el 25 de mayo de 1911.

El caso de peña es muy diferente al de Díaz. Este era considerado el pro hombre de fines del siglo XIX y principios del XX, su historia militar le daba las prendas necesarias para que se le considerara héroe en vida; durante sus treinta años en el poder sus administraciones se caracterizaron por dos elementos: el intenso desarrollo económico y, la mano dura y el olvido a los derechos fundamentales consagrados en la constitución de 1857. El dictador Díaz Mori cayó por su propio peso. El pueblo no pudo soportar más su desapego a la ley y su ansia casi demencial por conservar el poder.

Después del término del periodo revolucionario las personas que han asumido el poder desde la presidencia lo han hecho con relativa calma. Me refiero a que los pedimentos populares solicitando su renuncia al cargo no fueron lo suficientemente fuertes como para que sean consideradas como relevantes. Al contrario, algunos de ellos como Miguel Alemán y Carlos Salinas tiraron el anzuelo de la reelección, pero nadie en sano juicio lo pescó.

Es hasta hoy en la segunda década del siglo XXI cuando en el panorama político un sector del pueblo mexicano pide la renuncia del jefe del ejecutivo.

¿Por qué se pide la renuncia del presidente Peña? Pueden existir muchas causas y el cúmulo de ellas hace el efecto detonador de la pretensión. Pero hay unas que destacan de sobremanera. Peña fue un candidato televisivo impulsado ex profeso por la empresa televisa prácticamente desde que fue gobernador del Estado de México, un candidato y después presidente con ese apoyo de los medios electrónicos ha molestado con razón a una buena mayoría; ganó la presidencia con porcentaje menor al 50 por ciento de los votos y es el caso que hasta el día de hoy no ha logrado la legitimidad política necesaria pese a la cooptación de grupos y partidos políticos; durante su régimen proliferan las poses aromáticas de una burguesía recalcitrante, muy diversa a las propias que se esperan de un jefe de Estado, su esposa y los miembros de su familia presentan la idea de la evidente diferencia de clases; en lo que va de su gobierno la corrupción gubernamental es un signo de oprobio, el caso de la casa blanca que lo inmiscuye a él y a su esposa es escándalo mayúsculo a grado tal que hubo una investigación en la cual, obviamente, él y su esposa salieron bien librados.

La ausencia de cumplimiento a los derechos fundamentales manifestados principalmente por el alto grado de inseguridad que se vive en casi todo el país, es uno de los reclamos más sentidos; las ejecuciones en Tlatlaya y Acteal, la desaparición de los 43 estudiantes de la normal de Ayotzinapa, el cúmulo de periodistas desaparecidos o asesinados, el desdén gubernamental para presentar un plan  que resuelva todo esto a corto o mediano plazo; la crisis en que se encuentra metida la economía, el dólar a más de 20 pesos y la deuda externa creciendo, la parálisis de las instituciones públicas que parecen no querer resolver los problemas que les toca por ley atender; el desdén por los méritos y la alabanza y premios a la mediocridad y el amiguismo; la invitación a parlamentar al candidato republicano Donald Trump ha sido la gota que derrama el vaso, el pueblo ha considerado que la deferencia a ese patán es el insulto más grave que se le ha proferido a la nación mexicana.

Todos esos yerros nos conducen a un clima de evidente inestabilidad política, de malestar social, de enojo y reflexión respecto a la estadía en el cargo de una persona que ha dejado de servir a los intereses de todos. Por ello en las redes sociales y en el medio político tímidamente se plantea la posibilidad de la renuncia de Peña.

Digo tímidamente porque el pedimento o exigencia no va acompañada de una fuerza social que haga caminar hacia esa dirección, pese a que en días pasados diversos grupos se organizaron para manifestarse públicamente solicitando la renuncia. Peña no renunciará, en lo nebuloso de su mente no cabe esa posibilidad porque considera que su gobierno cumple y él hace su trabajo con eficacia. Es un presidente que no sabe o no quiere no le interesa saber que tan bien es evaluado por su pueblo, su evaluación es tan mala que su aprobación a duras penas llega  al 25 por ciento, nunca un presidente mexicano ha tenido calificaciones tan bajas. Su pretendida legitimidad nunca se logró,  sus decisiones fallidas y torpes se han encargado de situarlo en el panel de los acusados y presuntos culpables, junto con muchos de sus colaboradores.

Supuestamente la cereza del pastel de su gobierno sería el Pacto por México y las reformas estructurales –la energética, la fiscal, la educativa y la de telecomunicaciones-. En este punto también el tiro le salió por la culata. Hoy somos testigos de la confrontación entre la CETEG y el gobierno, pues los maestros consideran a la reforma una imposición que niega los derechos laborales adquiridos. La reforma energética desposeyó a la nación del petróleo y la de comunicaciones robusteció al monopolio existente.

Peña Nieto tiene que renunciar. Faltan 25 meses para que entregue el poder. Es mucho tiempo para un gobierno que a lo largo de cuatro años ha sido reiterativo en las equivocaciones y en el mantenimiento de la estructura de la corrupción. México está a un paso del desbordamiento brutal de las pasiones, la crisis ya anunciada del 2017 en materia económica puede ser la mecha detonante.








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