domingo, 11 de diciembre de 2016

DERECHOS HUMANOS (VI)

Nota preliminar: Agradezco a mi amigo y director de la Revista A el Lic. David Martínez Téllez, quien motu propio y con la posterior aprobación del suscrito, procedió a publicar en su prestigiosa revista las cinco partes anteriores de esta temática que he venido escribiendo en este blog. Muchas gracias.

Sin duda que los organismos internacionales a través de sus líderes veían y consideraban a México como un país riesgo, por ello fueron pieza fundamental para que se reformara la constitución y se creara en 1990 la figura del ombudsman. En la parte anterior a la presente dije que o debe entender que en esos años la figura del ombudsman es de procedencia extranjera y que, representaba caso notable, que no extraño, dentro del marco jurídico nacional. Pues bien reconozco que en nuestro país específicamente en el estado de San Luis Potosí el celebérrimo Ponciano Arriaga consideró ante el Congreso de ese estado la creación de la Procuraduría de Pobres, allá en el siglo XIX, siendo esta institución el primer antecedente legislativo de una institución pública parecida al ombudsman europeo.

Destaco este hecho en razón de que los mexicanos hemos sido prolijos en la creación de instituciones jurídicas de gran potencial e influencia y que han marcado el derrotero de una historia legislativa de gran trascendencia. Lo malo, como siempre, es la aplicación efectiva de esas instituciones. Mucha voluntad para la creación, poca para la aplicación.

Pues bien, a partir de 1990 México ya contaba con un ombudsman muy a la mexicana, es decir, acotado y supeditado a los intereses del sr. Presidente. Todo a pedir de boca para satisfacer las exigencias provenientes de agentes externos y, con el único propósito de conseguir recursos financieros, por una parte, y quedar como nación políticamente obediente de los amos de los organismos que desde el pretérito han dictado las políticas a seguir por el capitalismo mundial, ahora denominado neoliberalismo.

¿Era necesario que se creara la figura del ombudsman y precisamente con esas características? No es sencillo responder íntegramente, ya hemos hecho un esbozo de respuesta, pero no hay contundencia de respuesta. Aquí solo aportaré una síntesis apretada de todo lo que puede discutirse al respecto, o bueno, al menos una parte, la que considero más relevante.

Veamos: las instituciones son necesarias cuando resuelven un cúmulo de problemas públicos o, al menos, aportan soluciones para que otras lo hagan. Deben ser útiles, servir para el propósito por el cual se les creó. Entonces ¿las instituciones existentes en México antes del ombudsman no resolvían los problemas derivados de su propia naturaleza y permitían la violación a derechos?

No, creo que no del todo. A priori del sistema ombudsman el sistema de justicia y de procuración de justicia no garantizaba el integral respeto a los DH. Tampoco el desarrollo económico tuvo que ver con el mejoramiento de estos derechos. En la jerga jurídica se decía que la única institución que salvaba a México de la total injusticia era la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), al ser ella la depositaria final de la verdad jurídica, si esta fallaba ya nada podía hacerse. Como puede advertirse desde antes de 1990 las instituciones de impartición y procuración de justicia han sido severamente cuestionadas por su alto grado de ineficiencia y corrupción a grado tal que el sistema de seguridad jurídica nacional no ha sido capaz de cumplir con su cometido constitucional y en lógica consecuencia incumple con el quehacer de garantizar derechos fundamentales. Al menos esa es la idea general, es obvio que siempre han existido jueces y magistrados y fiscales honestos e incorruptibles y que en ellos ha recaído lo poco rescatable del sistema de justicia. El sistema político subsume al jurídico en jerarquías políticas y se lo traga por completo. Esa falla de origen ha sido, es y seguirá siendo el quid de la cuestión.

A posteriori de la reforma ombudsman y de su consolidación como órgano constitucional en 1992, se reforma el sistema de impartición de justicia en su aspecto burocrático: se divide el poder judicial en un Consejo de la Judicatura que solo será competente en asuntos administrativos (nombramiento, remociones, permisos, sanciones, etc. al personal del poder judicial de la federación) y, la Corte en sí, su integración por salas, solo se ocupará de las funciones jurisdiccionales. Esta reforma judicial abarcó a todos los estados federados, la idea era o es, descargar de trabajo al órgano jurisdiccional para dejar de ocuparse de lo artesanal y dedicarse en cuerpo y alma a la ocupación jurisdiccional. La idea no deja de ser buena, posiblemente en algunos casos funcionó, pero en otros no tanto y lo peor del caso es que no se le dieron las armas completas para combatir a la corrupción desde dentro, los  Consejos de Judicatura están presididos por el presidente ya sea de la Corte o del Tribunal Superior en el caso de los estados, así es poco probable que exista combate a la corrupción ya que este funcionario tiene la potestad de influir en los miembros del Consejo y en la toma de sus decisiones.

En lo referente a la procuración de justicia es verdad que se han hecho intentos por mejorarla, pero han sido incompletos, estériles ante los océanos de complicidad y corrupción que se presentan en ese nivel de justicia. El Ministerio Público en México es una institución que dista mucho de la profesionalidad con la que debe contar; si bien es cierto ahora todos los fiscales y agentes ministeriales deben tener título de abogado eso no garantiza que en un expediente o carpeta de investigación haya real y efectivamente una investigación científica y profesional. Y no se diga de los integrantes de la policía ministerial, la cual casi en su totalidad ha estado integrada por elementos no profesionales y poco aptos en el rubro de la investigación policial e incluso por personas que escasamente saben leer o comprender un texto sencillo. En esas condiciones es imposible que en la procuración de justicia pueda asegurarse que los esfuerzos rinden frutos. Que conste que no dejo de citar que presupuestalmente ha habido esfuerzos pero ¿Dónde han parado esos recursos? Porque si usted va a una agencia ministerial seguramente le dará la idea de que ese lugar puede ser lo que sea menos una oficina donde se procura la justicia.
Ni el sistema de impartición, administración y procuración de justicia, respondían antes de la citada reforma a las expectativas del cumplimiento de los DH. Tampoco el desarrollo económico del país aseguraba que en lo material los mexicanos experimentaran niveles de mayor satisfacción. La rectoría económica del Estado ha sido un postulado vacío e inoperante desde su génesis constitucional. Los planes nacional y estatales de desarrollo solo han servido para alimentar los discursos ditirámbicos de los políticos en honor a sus líderes y una nación que solo existe en sus mentes y, en aumentar las expectativas del engaño y la demagogia al pronosticar siempre y fallar en consecuencia, mejoras económicas a través de la intervención estatal.

En esas tristes condiciones la reforma parecía necesaria. Pero como proyecto político emanado del sistema político que lo engendró, pronto enseñó sus fallas.

(Continuará)







jueves, 1 de diciembre de 2016

DERECHOS HUMANOS (V)

Quien crea que el reconocimiento actual de los derechos humanos (DH), en el orden constitucional mexicano corresponde única y exclusivamente a una decisión soberana, es un completo iluso. Lo mismo puede sostenerse de las instituciones protectoras de esos derechos en el orden interno –con excepción del juicio de amparo, claro-.

Si hacemos una revisión de las causas por las cuales la constitución de 1857 reconoció a los DH en su texto, de una manera magistral para aquella época, tendríamos que revisar el curso de los acontecimientos mundiales, especialmente europeos, que el en siglo XIX sucedían. Era que en ese entonces en nuestro suelo patrio triunfaban las ideas liberales y el país se encontraba en el desiderátum de su consolidación definitiva o de su probable desintegración. Los liberales mexicanos salieron airosos de la lucha librada contra los conservadores y pudieron, no sin muchas dificultades, elaborar un proyecto de constitución que por vez primera concentró a los principales derechos fundamentales piedra angular del liberalismo y conjuntarlos con el juicio de amparo que fue, es y seguirá siendo, la más importante defensa de estos derechos y también de la constitución como proyecto de nación.

En ese pretérito los DH representaban el triunfo de la sociedad democrática versus el Estado monárquico y autoritario. Cuando el Estado moderno surgió a la vida la tarea posterior ha sido y fue no solo la organización democrática del poder público sino también el reconocimiento de los derechos fundamentales de todos los seres humanos, considerándolos no como súbditos sino como ciudadanos poseedores de dignidad a la cual el Estado y sus instituciones tienen que reconocer y respetar. El triunfo de los ideales que sostenía la revolución francesa y su declaración de derechos del ciudadano fue la punta de lanza por la cual los derechos se promocionaron en el ideal liberal y pudieron así incorporarse en los programas de los estados nacionales, tal y como fue el caso mexicano.
México, fiel a la manera en que se construyó la sociedad vivió sesenta años con una constitución de avanzada pero con gobiernos que no la procuraban convirtiéndola en pieza de museo. Con la revolución de 1917 y la constitución del mismo año que siguió reconociendo y ampliando el espectro de los DH sobre todo en el ámbito de los derechos sociales, parecía la verdadera recomposición del rumbo pero el sistema político de caciques y prebendas impidió y ha impedido el efectivo cumplimiento de la norma constitucional, la constitución sigue siendo el sempiterno proyecto no cumplido de una revolución inconclusa.

Los DH en este país, como en muchos de esta América sufrida, alegaba en el discurso ser una sociedad consolidada en la democracia y gobernada por instituciones respetuosas de la dignidad humana, el mundo casi lo creyó pie puntillas, la realidad siempre ha sido diferente al discurso. Nuestra nación experimentó un pico económico que lo catapultó a las alturas creyéndose que ese Bom no era más que el producto de la combinación entre gobierno y sociedad democrática, nada más falso. El milagro mexicano de las décadas de los cincuenta y los sesenta del siglo XX, no duró lo que duran dos peces de hielo en un wisky on the rocks, como bien lo dice el maestro Joaquín Sabina en su canción 500 días y 19 noches. El milagro mexicano no fue tanto, pocos años después regresamos a nuestra realidad y peor aún se dio comienzo a la era o etapas de las crisis económicas recurrentes. La política económica del gobierno trataba desesperadamente de buscar nuevos mercados para dejar de depender casi exclusivamente de las exportaciones de petróleo; en lo político como ya se ha dicho aquí se aperturaron nuevas opciones políticas ante los reclamos al sistema y su partido acusándolos de avalar una monarquía sexenal con poderes casi omnipotentes.

En esas se andaba en el sexenio del nefasto Carlos Salinas de Gortari cuando este y su comitiva selecta, fueron a Europa a entrevistarse con los líderes de los organismos internacionales monetarios. Los carroñeros del dinero fueron claros y contundentes: no podía darse la ayuda a México si no se implementaban reformas económicas en el sentido de liberalizar la economía y, ahondar en la democratización social a través del respeto a los DH.

La presión dio resultados. Por un lado se impulsó la venta de activos nacionales desincorporando de la potestad pública a más de mil empresas, acompañando a este proceso un programa de adelgazamiento de la burocracia que produjo miles de desempleados. Por otro lado, Salinas encarga la elaboración de un paquete de reformas constitucionales en la cual surge la figura escandinava del Ombudsman (defensor del pueblo) pero con características diferentes a los contenidos en la institución original escandinava. Se tenía que dar la imagen  de que este país estaba preocupado por el respeto a los DH de los nacionales y, para ello, surgía la necesidad de construir un órgano de Estado que procurara tal tarea, pero con las características propias del sistema político mexicano, es decir, maniatado y sometido a la siempre inefable voluntad  del señor presidente. Fue así como  aparece publicado enel Diario Oficial de la Federación el Decreto de creación de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, como órgano dependiente de la Secretaría de Gobernación. Es decir, sin autonomía política, dependiente del ejecutivo y sometido jerárquicamente a el. Nada bueno podía esperarse de algo así, sin embargo en el medio político y en propio de los juristas no hubo más que sonoros halagos al presidente y a raíz de ello se publicaron libros, artículos , ensayos, en los que se destacaba la voluntad democrática del presidente. El sistema político, ya vapuleado por el resultado de la elección federal de 1988 – en la cual se asegura que hubo un monumental fraude en contra del candidato presidencial Cuauhtémoc Cárdenas- toma bocanadas de aire puro para su sobrevivencia, el cual tendría serios reveses en los años por venir.

El primer presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos fue el distinguido jurista Dr. Jorge Carpizo Mc Gregor, de quien se dice fue el arquitecto del diseño de la reforma constitucional que se comenta.
(Continuará)



martes, 22 de noviembre de 2016



DERECHOS HUMANOS (IV)


Decíamos que la década de los ochenta se distinguió por ser el punto culminante entre los dos grandes sistemas en pugna desde el fin de la segunda guerra mundial: el comunismo y el capitalismo, saliendo triunfante este último ante la estrepitosa caída –económica y política- de los países fieles al sistema implantado por la entonces Unión Soviética.

El capitalismo renacido y ahora denominado neoliberalismo trajo consigo un modelo nuevo de pensamiento en el cual el papel del Estado y del ciudadano tendría nuevas formas de encarar la modernidad. El Estado monopolizador tendría que dejar de serlo en aras a las nuevas tendencias del comercio mundial, tendría que democratizarse para romper las cadenas de dominio político y permitir que el ciudadano participe más en los ´procesos de desarrollo económico. El quid de la cuestión era convertir, donde todavía no se había hecho, en realidad el viejo postulado liberal de que la libertad consiste en que el ciudadano tenga las mejores opciones para ser agente económico preponderante y, el Estado el vigilante del cumplimiento de esa libertad. La libertad económica pues, es el derecho humano más sagrado y protegido por el nuevo sistema económico.

En los años noventa los procesos de desincorporación de las potencialidades económicas estatales hacia los particulares se incrementaron, convirtiéndose en el nuevo quehacer de las supuestas nuevas democracias. México fue y es un país ejemplar en ese sentido, todas las políticas y las reformas legales para modificar el estatus protector a modernizador se instrumentaron resultando que la empresa pública desapareció con el transcurso de los años. El objetivo que se trazó la nueva política fue su total desaparición.

Logrado el fin o propósito económico los centros de poder económico mundial exigieron a los países que recién entraban al capitalismo dominante, ahora, y con el mismo vigor se les conminó, por así decirlo, a la apertura democrática. En algunos casos fue a través de exigencias sociales masivas donde los ciudadanos exigieron la entrada de lo que ellos suponían era la democracia (occidental), el rejuego de partidos políticos, el voto popular, la libertad económica y otros derechos fundamentales de los cuales habían carecido durante décadas o simplemente nunca los habían dispuesto. Tales fueron los casos de Polonia, Bulgaria y en general de las naciones que habían pertenecido a la ya desintegrada Cortina de Hierro ad hoc con el sistema político – burocrático comunista. En otras naciones como México, la apertura democrática y el reconocimie3nto de nuevos derechos fundamentales se dio bajo presupuestos diferentes, no violentos en los que permeó el convencimiento de que el cambio era necesario, aunque el sistema dominante no lo deseaba del todo. Fue el mundo y el grupo vencedor el que poco a poco empujó a esta nación a cambios estructurales que no fueron queridos pero sí necesarios para seguir subsistiendo.

Se dice que la apertura democrática mexicana empezó a manifestarse a posteriori de los levantamientos amados de Genaro Vázquez  y después de Lucio Cabañas, así como del surgimiento de otros grupos guerrilleros en el país y organizaciones aliadas de extrema izquierda. Esta postura es cierta pero no es la que define a las reformas posteriores. Si bien México en una guerrilla reclamante de justicia social, por otro lado la sociedad civil no la apoyó lo suficiente como para convertirla en el objetivo fundamental del cambio de poder que se necesitaba. La transformación del individuo súbdito al individuo ciudadano aún estaba muy lejos de madurarse. El régimen autoritario seguía vivo y coleando pese a todo. Podemos decir que en el campo de lo político la derrota militar de la guerrilla mexicana se tradujo en el reconocimiento de ciertos derechos políticos: el reconocimiento de  nuevas agrupaciones políticas que en el pretérito estaban y funcionaban en el anonimato y, en el cierto –donde convenía, claro- reconocimiento de victorias electorales de esa oposición al partido del sistema.  Muchos de los guerrilleros de la sierra de Guerrero bajaron a las ciudades, fundaron o robustecieron a partidos políticos y se acomodaron bajo los beneficios presupuestales que el sistema les proporcionó de manera más que efectiva.

La guerrilla es un antecedente importante así como unos años atrás lo fue el movimiento del 68, pero ni uno ni otro tuvieron la fuerza suficiente para acabar con el dinosaurio. Y como dice Monterroso: y cuando desperté el dinosaurio seguía ahí.

Fue el aparente triunfo del capitalismo mundial el que movió las élites de las naciones e hizo de su ideología la propia de todo el planeta. En lo que corresponde a los derechos humanos de las personas el nuevo Estado neo liberal trajo consigo la nueva manera de interpretarlos y sobre todo de valorarlos y jerarquizarlos, aun cuando en el planeta existe propuestas diferentes.

El imperialismo económico fue el factor para que en México se introdujeran reformas en materia de derechos humanos. Siempre hemos necesitado de la “ayuda” de los organismos económicos para solventar nuestro déficit presupuestal; bueno pues eso fue el pretexto para “pedirle” al entonces presidente Carlos Salinas que hiciera lo necesario para establecer reformas asequibles a la democracia mexicana. Los organismos internacionales veían a México como una nación con un sistema disparejo. Si bien obediente en la implementación de reformas de afectación a la economía, desordenado resultaba en lo político. Había la necesidad de proponer reformas y así se hizo.
( Continuará)



lunes, 14 de noviembre de 2016


                                              DERECHOS HUMANOS (III)

El sistema político mexicano era como un gato de siete vidas. Sobrevivió a los embates de los años sesentas y setentas en los cuales se le cuestionó tanto su viabilidad como gobierno encarnado en el PRI y, sobre todo dejó mucho que desear respecto a la condición de moralidad que dejaba puesta sobre la mesa. El sistema y su partido cooptaron voluntades, modificaron el discurso y en el campo de los derechos humanos ampliaron el margen de posibilidades para los jóvenes quienes precisamente eran quienes defenestraban con gran vigor al sistema y las formas de hacer política en México.

Al sistema se le había puesto el cañón de la pistola en la sien, tuvo la habilidad para que el amenazante bajara el arma y todo continuara como siempre, no podía ser de otra manera, el gatopardismo se constituyó como efectiva manera de hacer política. El régimen de Luis Echeverría y el de José López Portillo fueron la muestra perfecta en el arte de pretender cambiar para quedar exactamente igual.

Todo parecía quedar en la misma situación pero el mundo se movía en una determinada dirección y el país no podía quedar estático; o se movía al parejo o se quedaba rezagado de la política internacional.

En el transcurso de los años ochenta México se influenció de los grandes acontecimientos mundiales. Fue la época del aumento de las tensiones de la guerra fría entre Estados Unidos y Rusia, haciéndose más cercana la posibilidad de una guerra nuclear. Esa posibilidad disminuyó considerablemente con las políticas de Glasnost y Perestroika encabezadas por el mandatario ruso Mijail Gorvachov, que desmantelaron el comunismo soviético y el desmembramiento territorial de la URSS originándose un cambio de dirección en la política rusa y en la manera de enfrentar los problemas mundiales y los locales. El sistema económico de todas las rusias colapsó permitiéndose la entrada al libre comercio y en consecuencia a las libertades que vienen acompañadas con el sistema liberal. No solo Rusia fue impactada, todo el bloque pro-soviético conocido como la Cortina de Hierro también sucumbió en su modelo político y económico y todos los países satélite de la ahora ex URSS dieron la bienvenida al sistema económico liberal y sus aparentes libertades individuales y colectivas.

Ronald Reagan el presidente yanqui, presentó al mundo una serie de medidas económicas que dieron origen a lo que hoy denominamos como neo liberalismo, que no es otra cosa que la pretensión bien lograda de los países líderes del capitalismo para tener mejores opciones de apoderamiento del mercado mundial y, al interior de ellos, establecer a través de organismos multilaterales como el FMI, el Banco Mundial y otros, políticas para el desmantelamiento de los Estados nacionales, obligándolos abandonar la política soberana de ser agente principal de la economía y dejar en contrapartida que sean las empresas nacionales o extranjeras quienes se hagan cargo del devenir económico.

Esa política triunfó y minó al Estado concentrador, en México su éxito fue rotundo a grado tal que a partir de ese momento, mediados de los ochentas, el discurso del Estado cambió y los éxitos del pasado quedaron como meras anécdotas, ahora se escribiría otra historia muy diferente.

Aquí en México, hemos sido a lo largo de todos estos años excelentes alumnos de los organismos económicos multilaterales, adoptando a pie de la letra todas sus abominables recetas para el progreso. Hemos obedecido hasta la saciedad las políticas liberales en detrimento de los intereses sociales, no importando si con ello los derechos sociales adquiridos se vayan al pozo del olvido. El Estado mexicano a partir de la presidencia de Miguel de la Madrid ha venido desmantelando su influencia en la economía, vendiendo todo a los particulares y permitiendo cada vez más la intromisión del capital extranjero en actividades que antes eran exclusivas de los nacionales. El Estado protector cayó en beneficio del Estado liberal o mínimo.  Para los neoliberales el Estado no puede ni debe ser agente económico preponderante, su misión se trastoca en detrimento de los derechos de libertad de las personas. La rectoría del Estado, dicen, no es más que la prolongación de un sismo que a nadie beneficia porque impide que el ser humano desarrolle su inventiva y genialidad para ser agente económico preponderante. El Estado, dicen, tiene una misión básica de la cual no puede distraerse: el otorgar seguridad y orden a los habitantes del Estado; esa tarea, sostienen, es la única que justifica su existencia.

El mundo y no solo México se vio envuelto en este desiderátum. El occidente creyó que el nuevo liberalismo o neo liberalismo era la salida ante la crisis; el Estado socialista había fracaso rotundamente, la caída de los países satélite de la URSS fue la contundente prueba de que el vencedor de la guerra fría era el capitalismo y su modelo político – económico; esa tesis banal fue incluso sostenida por los medios intelectuales aliados al gran capital tal y como lo ha sido desde siempre la escuela económica conocida como los Chicago boys. La salida única es el capitalismo, no solo en lo referente al quehacer económico sino también en todo el cúmulo de derechos que dice representar y que no son otros que la propiedad y la libertad de comercio, pilares de del sistema capital.

El capitalismo como ideología se mostró vencedor en casi todo el mundo, sus enemigos empequeñecían aunque algunos no dieron su brazo a torcer tan pronto como se esperaba. China, por ejemplo, siguió en el discurso del comunismo pero en la práctica económica poco a poco se fue amoldando a las nuevas políticas provenientes de occidente. El capitalismo se modernizó al terminar de plano con el modelo económico cerrado –sustitución de importaciones- obligando al mundo a pactar entre sí para mejorar el tránsito de mercancías y productos. México junto con Estados Unidos y Canadá signaron el Tratado de Libre Comercio –TLC o NAFTA-, y a partir de ese tratado el modelo se popularizó en todo el orbe. Hoy en lo económico el mundo puede dividirse por regiones económicas específicas con el propósito de hacer más ágiles los mercados y aumentar las ganancias de las empresas y los emprendedores que se benefician de las nuevas políticas, las que, de origen, no emanaron del seno de los Estados nacionales en función de su soberanía sino de los retorcidos intereses de los centros empresariales mundiales a quienes les urgía que el modelo capitalista se vistiera con nuevos ropajes, no importando si con ello millones de personas quedaran en el desempleo y sin la protección legal que en justicia merecen.

Este nuevo modelo revitalizó la economía mundial en tal sentido, pero ha sido un lastre en lo que respecta a los derechos humanos de las personas.

(Continuará)







martes, 1 de noviembre de 2016

DERECHOS HUMANOS (II)

En el blog anterior se trató de explicar al sistema político mexicano como el causante de la crisis social permanente que vive nuestro país, aunque hay que reconocer que no todo es desaciertos constantes y monumentales. En la historia nacional podemos contar con hechos de éxito que han podido salvar por así decirlo al sistema en cuestión. Lo bien logrado no es producto de una planeación bien ejecutada y programada, tampoco como resultado necesario del cumplimiento de las atribuciones legales que se consignan a los miembros de la administración pública; lo logrado es producto del propio sistema, el voluntarismo autoritario encarnado en el presidente de la república y en el caso de los estados federados en sus respectivos gobernadores, son la piedra filosofal de logros que si bien lo son no llegan a ser lo que deben ser, siempre han quedado a deber.

Este país ha sido gobernado bajo la línea de un voluntarismo que quizá en alguna época ya pasada podía justificarse a la luz de los hechos, pero que hoy en pleno siglo XXI es insostenible e injustificable. Pero sigue existiendo como regla política de gobierno al no encontrar la sociedad un método o causa para convertirse en una sociedad políticamente moderna que haga pleno uso de su potestad soberana y que sea el factor de las acciones de gobierno, siempre apegada al cumplimiento de la ley como principio fundamental de toda acción.

La creación de un partido autoritario en el cual supuestamente se concentró a lo más representativo de la sociedad y, con liderazgos caciquiles defensores de muchos intereses políticos, económicos y jurídicos, fue y es prácticamente imposible que también hoy, la sociedad  pueda verse auténticamente representada en cualquier foro. En antaño quien no pertenecía al partido –al PRI, por supuesto- no podía ser merecedor de las migajas del poder y era considerado como natural enemigo de la ya defenestrada revolución mexicana.
En los tiempos de la modernidad política  -los años setentas del siglo pasado, obvio- el poderoso partido en el poder, vía la necesidad de los hechos y el creciente descontento social, tuvo que ceder espacios de poder. Cabe decir que el partido en el poder o sistema político o gobierno era exactamente lo mismo. Poco a poco vinieron las reformas políticas que permitieron aperturas para los disidentes en diversos espacios de gobierno, especial y fundamentalmente en las cámaras legislativas y en algunos ayuntamientos donde la aplanadora electoral del partido  no permitía que la oposición ganara el más mínimo espacio. Las reformas electorales ampliaron el espectro de los derechos políticos tanto de los ciudadanos que ya podían elegir a verdaderos opositores al sistema y no a sus testaferros de siempre, y a las propias organizaciones políticas creadas –por ejemplo el Partido Comunista Mexicano- que ya podían emerger del anonimato y participar en procesos electorales, en algunos casos ganando elecciones  tal y como sucedió en municipios de la zona de la montaña de Guerrero.

El sistema político autoritario tuvo que ceder a mucho después de varios acontecimientos nacionales y locales (Guerrero) que motivaron la apertura para los derechos políticos de los mexicanos; puede citarse a lo sucedido en 1968 y 1971 así como a las guerrillas en suelo guerrerense tanto de Genaro Vázquez Rojas como de Lucio Cabañas Barrientos, quienes ganaron el apoyo de buena parte de la sociedad especialmente de los universitarios y algunos sindicatos nacionales. Había que terminar con las masacres de estudiantes y con la guerrilla. Terminaron con ellos, pero contrapartida tenía que venir la legitimación perdida de un régimen autoritario que no le quedó de otra más que ampliar el campo de los derechos humanos en su vertiente política, de ahí las reformas a la constitución en la materia donde a través del voto supuestamente representativo se permitía la representación proporcional lo cual se constituyó como un método para destapar la olla de presión que ya no daba para más y estaba a punto de estallar. También se permitió el voto a los jóvenes de 18 años, antes el mínimo de edad para votar era de 21 años, y se mejoraron sustancialmente los presupuestos a universidades públicas –el caso de Guerrero, Puebla y Sinaloa se midieron aparte-, creándose instituciones de apoyo a la investigación científica y artística.

Dicen y dicen bien que al nopal sólo se le arrima cuando tiene tunas. Los disidentes, enemigos del gobierno por cualquier causa justificada o no y una que otra fauna oprobiosa, se aprovechó ya sea de buena o de mala fe de las reformas a los derechos políticos para, algunos, tratar de modificar al sistema político por la vía pacífica y otros, los muchos, los oportunistas, se subieron al camión del poder. Y a darle que es mole de olla. El proceso de cooptación del contrario a los intereses del sistema funcionó casi a la perfección, sólo falló en aquellos casos en que el adversario mostró plena conciencia de su papel y de su amor por la justicia. El sistema político supo contener la oleada que se venía encima, pero con el tiempo vendría otra mayor de la cual resultó imposible su estadía en poder.

(Continuará)



lunes, 24 de octubre de 2016

LOS DERECHOS HUMANOS (I)

Hoy la validez de los derechos humanos está en entredicho. Por una parte nuestra constitución política mexicana ha sido prolífica en este tema, el avance en el reconocimiento de derechos es, podría así asegurarlo, impresionante. Nuestro catálogo es amplio y abarca casi todos los derechos que el género humano merece en el mundo moderno. La cuestión estriba en que esa construcción jurídica poco valor tiene en la realidad de la vida material, incluso parece presentarse un  retroceso en el cumplimiento de los derechos.

México vive momentos críticos. Hay problemas serios en la construcción del Estado de Derecho, el Estado es decir el primer obligado en hacer la tarea del cumplimiento de los derechos humanos o fundamentales está fallando en el cometido. El discurso del poder es uno y los hechos nos dicen cosas muy diferentes, la discrepancia entre ambos hace nugatoria a la norma jurídica ante el desconcierto y desencanto de la sociedad que pide ya a gritos y a su manera la finalización de un régimen político que cada vez se agota más y se da probadas muestras de la necesidad de su fin; su perseverancia podrá ser motivo de la institucionalización de la violencia como método para dirimir las controversias que emanan entre el Estado y sus ciudadanos, pudiendo así darse un giro de un proyecto inacabado de Estado democrático a un Estado autoritario del cual tenemos registros en nuestra historia nacional.

El sistema político mexicano ha demostrado a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI, su capacidad de mutación y de su perfeccionamiento en el arte del engaño. El sistema ha transitado ideológicamente por varios caminos desde la adoración verbal de los principios liberales de la revolución mexicana, el nacionalismo, el liberalismo económico y lo que pueda venir de hoy en adelante. El sistema ha podido encausarse al modelo de país del gobernante en turno y de las exigencias del mercado mundial, por ejemplo, el tránsito de la economía cerrada al de economía abierta se hizo sin mayores aspavientos. En lo político el concepto de soberanía nacional ha sufrido una metamorfosis impresionante, este concepto permite ya la injerencia externa en variados temas de la agenda nacional. En lo legislativo el país continúa con un proceso de reformas que parecen nunca acabar y, en la mayoría de ellas, se deja ver la intención de inventar un nuevo país sin lograrlo en lo absoluto.

El sistema político mexicano ha trabajado y trabaja para el mantenimiento del poder según las conveniencias y para la satisfacción de determinados grupos económicos y políticos, en una palabra de los factores reales de poder.

El revolucionario de ayer hoy se transforma en el neoliberal acorbatado y perfumado, aventando el sombrero de palma y la carrillera al cajón de las desgracias, su mutación en aras a la necesidad de adaptación a los cambios de la modernidad es vertiginosa y produce los resultados que el neoliberalismo espera de sus más aventajados alumnos.

En el México de principios –las primeras décadas- del siglo pasado, se tenía la necesidad de consolidar una revolución inconclusa de la cual se esperaba mucho pero parecía que poco aportaría al engrandecimiento de la patria, pero dos fueron sus tareas principales: el campo y las fábricas. Es por ello el gran desarrollo e impulso de los derechos del campesinado y de los trabajadores fabriles, de la industria. En esos años se expidieron dos códigos que marcaron el paso a la idea de nación que se tenía, el código agrario y la ley federal del trabajo. El sistema político sabía a la perfección que campesinos y trabajadores fabriles podían ser, y lo fueron, grandes aliados en la tarea de consolidar el país con el objetivo de conservar el poder. La repartición de tierras y el reconocimiento del derecho de huelga fueron las instituciones que consolidaron por décadas la asociación entre Estado y trabajadores del campo y las ciudades. El partido del sistema, el PRI, tenía tres sectores que componían su núcleo de acción: el obrero, el campesino y el popular. La amalgama perfecta para la dominación de una nación que anhelaba acercarse a las grandes potencias mundiales, sin considerar que para hacerlo era requisito indispensable la práctica de la democracia.

Si bien a campesinos y obreros se les atrajo con la creación de una legislación asequible para sus derechos y dignidad, a los ciudadanos se les mantuvo a raya y ordenados con la expedición oportuna de leyes burocráticas que reconocían sus derechos laborales y los diferenciaban de los trabajadores del campo y fabriles. El gran hándicap de las primeras décadas del siglo XX fue lo que muchos economistas denominaron como “el milagro mexicano”, el país crecía a una taza del 6% o 7 % en promedio anual, algo impresionante que no se ha podido realizar hasta hoy. De igual manera no puede olvidarse que en los primeros cincuenta años del siglo pasado se crearon instituciones que hoy están en crisis pero que en su momento fueron modelo de cumplimiento de derechos fundamentales, como es el caso del IMSS y de otros que atendieron con eficacia las necesidades de los trabajadores.

(Continuará)


domingo, 16 de octubre de 2016

COMO UNA PIEDRA RODANTE

Robert Allen Zimmerman es un nombre que nada nos dice, en cambio Bob Dylan mucho nos ha dicho y mucho tendrá que decir. Es evidente que su nombre real nada tiene de artístico en cambio Dylan es impactante, muy conveniente para alguien que deseaba destacar en el difícil arte de la música popular.

El hombre nacido en Duluth, Minnesota, Estados Unidos el 24 de marzo de 1941, es nieto de inmigrantes sus abuelos paternos emigraron de Ucrania a los Estados Unidos en 1905, sus abuelos maternos eran judíos lituanos que llegaron a los Estados Unidos en 1902. Así es que Dylan cuenta en sus orígenes con descendencia inmigrante hecho que hoy en día en ese país del norte no es del agrado de algunas gentes poderosas, siendo que los inmigrantes han contribuido enormemente al engrandecimiento de lo allá llaman América, como si ese país fuese la conciencia total de todo un continente.

El cambio de Zimmerman a Bob Dylan fue por 1961, gracias a la influencia de la poesía de Dylan Thomas. En 1962 ya firmaba contratos con el nombre artístico con el cual hoy le conocemos.

A lo largo de su prolífica vida Bob Dylan ha sido un artista que en cada etapa de su vida ha tenido los reconocimientos que merece por su espléndido trabajo. En 1962 grabó su primer disco Bob Dylan, y si no me equivoco a la fecha lleva grabados 43 discos, siendo el último Fallen Angels.

En más de 50 años de vida artística ha sido objeto de muchos reconocimientos, se le ha llegado a denominar como una de las personas más influyentes del siglo XX y lo que va del siglo XXI. En el año 2004 la revista Rolling Stone lo elevó a la categoría de ser el segundo artista más importante de todos los tiempos –solo atrás de los Beatles-. En 1990 le fue otorgada la Orden de las Artes y Letras; en el año 2000 el Premio Música Polar; en 2007 el Premio Príncipe de Asturias; el 2008 el Premio Pulitzer –en la categoría de citaciones y premios especiales- y recientemente ha sido considerado por la Academia sueca merecedor del Premio Nobel de Literatura 2016. No tengo el dato correcto pero creo que Dylan es de las pocas personas que ha ganado los premios Príncipe de Asturias, Pulitzer y el Nobel de literatura, de ser así lo hace excepcional y deja sin materia de ataque a los sempiternos enemigos que siempre salen en el camino para denostar lo valioso que se hace en la vida.

Su vasta concepción musical corre desde el rock, el folk, country, blues y gospell, entre otros. En todos estos géneros destaca con inusitado éxito. El nombre de Bob Dylan está inscrito en el Salón de la Fama de los Compositores, ha ganado no sé cuántos Globos de Oro y Grammy´s  y Premios de la Academia, sin duda alguna que su cuarto o estancia de reconocimientos debe estar atiborrado de merecidos reconocimientos.

Estoy seguro que la mayoría de nosotros –ustedes los lectores y el que escribe- hemos escuchado algunas rolas del gran Dylan. En lo personal son de mi agrado: Blowin in the Wind, Like a Rolling Stone, Knockin on the Heavens Doo, The Time are Changin, Mr. Tombourine y otras igual de importantes . En todas ellas por supuesto que existe un toque poético y una propuesta rebelde en la cual todos podemos coincidir perfectamente. La música de Dylan es congruente con el devenir de los tiempos, la protesta dicha con elegancia artística no está reñida con la propuesta musical que Dylan encara desde hace más de medio siglo.

El premio Nobel que la Academia sueca le otorga y que para algunos, afortunadamente la gran mayoría, es un reconocimiento no solo a la parte poética y a las formas de expresión de la poesía en un entorno complicado como el que Dylan describe con gran dosis de realidad,  también lo es a todas las personas que en más de medio siglo siguen a Dylan y continúan creyendo que sin un toque de rebeldía el mundo de lo  posible es imposible de conseguir.

Por eso Bob Dylan seguirá rodando como una piedra.

“Ustedes, que fabrican las grandes armas
Ustedes, que construyen los aviones de la muerte
Ustedes, que construyen todas las bombas
Ustedes, que se esconden tras los muros
Ustedes, que se esconden tras los escritorios
Solo quiero que sepan
Que puedo verlos a través de sus máscaras.”

(Los Maestros de la Guerra -1963-)





viernes, 7 de octubre de 2016


                                                  ¿CUANDO NOS PERDIMOS?


No hace muchos años aquí en Chilpancingo, que ahora está catalogada entre las cinco ciudades más peligrosas y violentas del país, se podía vivir en paz. Era una paz de cuento. Por ser una ciudad pequeña todos se conocían y era motivo de sorpresa la llegada de un forastero a quien se le acogía con beneplácito y se le integraba a la forma de vida acostumbrada.

Vale decir que Chilpancingo era una ciudad de costumbres conservadoras. Los domingos de misa y de paseo por el centro o por la alameda "Granados Maldonado", lugares donde los vendedores hacían su pequeño agosto y ya sabían a quien venderle sus productos. La banda de música del gobierno del Estado engalanaba los paseos y la gente adulta se sentaba al rededor del quiosco para escuchar las clásicas melodías. Los jóvenes asistían a las matinés en el cine Guerrero o se dedicaban a las actividades deportivas. Los niños nos dábamos por bien servidos comprando nieve o paletas y comprando cuentos. Todos probamos las aguas frescas de Doña N y las nieves de Chinono.

Yo vivía a las afueras de la ciudad, hoy podría bien decirse que la casa paterna ya queda casi en el centro. Todos los días me iba a la escuela caminando y observaba que las puertas y ventanas de las casas estaban abiertas, las señoras hacían el aseo y saludaban cordialmente a los escueleros; era costumbre regar el frente de la casa todos los días. La llegada a la escuela primaria era todo un rito, nos amontonabamos  en la entrada y el conserje -que siempre daba miedo- decía imperativamente quien pasaba primero y quien después, la puerta de la escuela Anahuac la veía enorme, imponente, impenetrable, por ella entraba y salía a diario. 

Esa escuela la veía como algo majestuoso. Los maestros los percibía como apóstoles de su profesión, como sabios inalcanzables. Me tocó recibir clases con el hijo de Aarón M. Flores, del mismo nombre y del mismo carácter, también fui alumno de Tarcila L. de Plata. Me sentía orgulloso de mi pertenencia a esa comunidad y la defendía cuando por azares del destino nos enfrentabamos a la escuela rival la Vicente Guerrero, toda una institución de prosapia.

En ese entonces Chilpancingo no tendría más de treinta mil habitantes. Creo había cuatro escuelas primarias y dos secundarias, para estudios medio superior la preparatoria de la Universidad Autónoma de Guerrero y para la educación superior la Universidad solo contaba con unas cuantas carreras: Derecho, Ingeniería, Ciencias Químicas, Filosofía y Economía, todas concentradas en lo que se ha llamado "Edificio Docente" donde hoy solo da cabida a la preparatoria no. 1.

Cuando salí de la secundaria - estudié en la Antonio I. Delgado- corría el año de 1970. Todo era calma, hecha excepción del movimiento estudiantil que dio origen la a la autonomía universitaria en 1960, hecho que marcó a la sociedad local y la dividió en dos bandos: los gobiernistas y los aliados a los estudiantes. El odio y el rencor llegó a su clímax pero después retornó la calma. No una calma chicha pero si una de la cual el pueblo se jactaba como una virtud de estas tierras. La vida calmada rara vez era sacudida con un hecho violento. Recuerdo que el asesinato de una persona en un bar -Meléndez- a manos de un abogado era como el evento de sangre que nos representaba. Pasaron muchos años después de eso para que el pueblo reaccionara ante la violencia que se nos venía encima.

Los eventos sinuosos del Estado, sobre todo en Chilpancingo eran los provocados por la Universidad. El proyecto de una Universidad de izquierda con el epíteto de Universidad- Pueblo, provocó el enojo del gobierno y la falta continuada de subsidio. Eran los años del autoritarismo priista y de la guerrilla 
de Lucio Cabañas. Una guerrilla -desde Genaro Vázquez en los sesentas- que sentaba sus reales en la sierra de Guerrero y que a partir de la muerte de Lucio a manos del ejército marcó el inicio de una escala de violencia que ha ido creciendo, no necesariamente por cuestiones revolucionarias sino porque a partir de esas fechas -finales de los setentas, principios de los ochentas- las rutas del narcotráfico sentaron sus reales en esta ciudad capital.

Así sin darnos cuenta, lentamente, como ladrón en noche, el cambio de vida y el aumento de la tragedia se fue haciendo cotidiano. La ciudad creció desmesuradamente, su índice de crecimiento era del 7% anual, y así en pocos años Chilpancingo fue invadido por miles de gentes en busca de oportunidades que carecían en sus lugares de origen. La vida se complicó porque el gobierno no estuvo a la altura del reto y de ser una ciudad calmada poco a poco fue convirtiéndose en lo que es hoy: un conglomerado poblacional en franca crisis de identidad y en crisis institucional de servicios públicos, todo ello acarrea un Estado fallido donde la autoridad se pierde en las impunidades y los privilegios de unos cuantos.

¿Cuando nos perdimos? Esa es la pregunta, quizá una respuesta tentativa sea de que nos perdimos cuando el Estado dejó de hacer lo que tenía que hacer y el pueblo no quiso dejar de ser lo que era, pese a que su circunstancia cambiaba lentamente. Como pueblo queremos las mismas respuestas sin saber que las preguntas han cambiado. Por ello debemos replantear nuestra ciudadanía y el Estado hacer lo que no ha hecho.

La vida tranquila  de salidas los sábados por la noche se acabaron, los domingos de fiesta comunitaria y de comidas en el campo son historia. Hoy estamos encerrados en nuestro nicho viendo en la internet una masacre que no se detiene. Ayer al vecino lo mataron, cierren las puertas.

martes, 4 de octubre de 2016


DERECHO AL AGUA
Todos los días usamos agua, ya sea para beber, para bañarnos, para lavar la ropa y utensilios, máquinas, autos y muchas cosas más. El agua es el elemento de naturaleza más indispensable para la vida, al igual que el aire. Sin ellos la vida no sería posible. Si son un regalo de la naturaleza no hay razón para que los hombres la convirtamos en un bien económico. Al rato haremos lo mismo con el aire y el Estado o una empresa privada nos cobrará por respirar. Eso sería el colmo, pensamos ahora, pero no sabemos que nos depare el futuro. En el pretérito el agua, como lo dije antes, era un regalo de la naturaleza, lo sigue siendo en esencia, pero desde que su utilización y consumo se ha visto afectado el Estado ha intervenido para regular su uso y administrarlo.
Se dice que no es un bien económico en sentido estricto, ya que su regulación es a través de leyes de orden público y su administración es por conducto de un servicio público. Si fuese un bien económico serían los particulares los que intervinieran en lo referente a su conducción y distribución, y si bien ellos no lo hacen sino el Estado, si están facultados para ser agentes económicos en el consumo de agua ¿acaso la distribución de agua en botellones no lo hacen los particulares y obtienen ganancias por ello? Y vaya que la distribución de agua embotellada es un buen negocio, diría que excelente, teniendo en cuenta que México es el primer país consumidor de agua embotellada. La respuesta es más que obvia, si no bebemos agua embotellada nos moriríamos de sed puesto que el Estado no se ha hecho responsable de distribuir agua potable para la población. Es un asunto que no le interesa en lo más mínimo ya que dejaría de cobrar impuestos a quien sí da el servicio y le costaría miles de millones de pesos en crear a los organismos públicos conducentes que se encargaran de dar el servicio.
Resultaría pues caro, muy caro que el Estado haga del consumo de agua un bien público, es mejor para el mantenerlo como está: en manos de la iniciativa privada. Claro que para la gente no conviene porque el costo de agua para beber es muy caro. Nada más compare usted el litro de agua embotellada con un litro de leche o de gasolina y se dará cuenta de que ese negocio es por demás costeable. En la televisión se promocionan empresas que venden el equipo necesario para purificar agua y aseguran la recuperación del costo en lapsos muy breves, seis meses a lo sumo.
Caso raro que la ley permita que el agua se convierta de un bien público a privado, solo con la expedición de un permiso para su explotación. Porque el agua que se purifica para beber es considerada como un bien público donde solo el Estado tiene el derecho de su conducción y destino. Esto es como el caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, como la cara de Jano.
La constitución mexicana establece el derecho al agua como un derecho humano, y como tal está regulado en el artículo 4, párrafo quinto, que a la letra indica:
"[...] 
Toda persona tiene derecho al acceso, disposición y saneamiento de agua para consumo personal y doméstico en forma suficiente, salubre,  aceptable y asequible. El Estado garantizará este derecho y la ley definirá las bases, apoyos y modalidades para el acceso y uso equitativo y sustentable de los recursos hídricos, estableciendo la participación de la Federación, las entidades federativas y los municipios, así como la participación de la ciudadanía para la consecución de dichos fines."
[...]"
Muy laudable que sea el derecho al agua un derecho humano. El problema es la efectividad de ese derecho. No hablemos del acceso y saneamiento del agua, sabemos que hay muchos problemas que los ayuntamientos municipales no han podido resolver, han visto al agua solo como un problema de distribución y estamos lejos de que lo visualicen como un bien público salubre, aceptable y asequible.  Si lograran resolver eso, el negocio de los particulares que venden agua para beber se vería seriamente mermado y, en consecuencia, la gente dejaría de gastar un dineral para su consumo, bastaría abrir el grifo para satisfacer nuestras necesidades básicas.
Esta es una tarea de los ayuntamientos, el artículo 115 de la constitución federal en su fracción III, inciso a), señala lo siguiente:
"[...]
III. Los Municipios tendrán a su cargo las funciones y servicios públicos siguientes:
a) Agua potable, drenaje, alcantarillado, tratamiento y disposición de sus aguas residuales.
[...]"
Todos entendemos que la frase "agua potable" es compatible con lo que dice el artículo 4 cuando se refiere a la salubridad y aceptabilidad del recurso hídrico. Es decir, el ayuntamiento tiene no el deber, sino la obligación, de dar a su población agua potable en los términos referidos por la constitución y así cumplir con la efectividad de un derecho humano básico para la vida. Sabemos que lo que estoy diciendo es una quimera, que estamos lejos de llegar al cumplimiento de esa hipótesis constitucional; al estar lejos sabemos de antemano que los derechos fundamentales en este país son como un cuento muy bonito pero impráctico en la vida real.
Sin embargo no debemos dejar que esto siga así. Tenemos la obligación ciudadana de exigir agua potable. Creo que no es un pedimento imposible ni irrealizable, solo hay que luchar para ello.

martes, 27 de septiembre de 2016

LA RENUNCIA DE PEÑA

La renuncia formal del presidente Peña Nieto al cargo que ostenta desde hace cuatro años es prácticamente imposible. En el siglo XX, si no me equivoco, solo Porfirio Díaz renunció a la presidencia empujado por la efervescencia de la revolución, la derrota de las fuerzas federales en Ciudad Juárez fue la causa final que el viejo dictador consideró para tomar esa decisión. Si Díaz hubiera cumplido su promesa hecha en 1908 de  no participar en el proceso electoral siguiente y dejar el paso a nuevos actores políticos, la historia lo hubiere juzgado de manera diferente a como lo hace hoy, pero el héroe de la batalla del 2 de abril se aferró al poder y pagó las consecuencias.

Aclaro que no considero que la renuncia al cargo de presidente hecha por Pedro José Domingo de la Calzada Manuel María Lascuraín Paredes, como un evento de un jefe de Estado, puesto que solo estuvo en el cargo 45 minutos procediendo a abandonar el cargo para dejarle la silla al chacal Victoriano Huerta, el homicida de Madero y Pino Suarez. Lascuarín cuyo nombre tarda más en pronunciarse que su estadía en el poder, realmente no tomó ninguna decisión de Estado, salvo la que concierne a su renuncia. Sin duda, su paso por la historia de México es más que penoso.

Lascuarin renunció el mismo día que protestó el cargo, el 19 de febrero de 1913, Porfirio Díaz lo hizo el 25 de mayo de 1911.

El caso de peña es muy diferente al de Díaz. Este era considerado el pro hombre de fines del siglo XIX y principios del XX, su historia militar le daba las prendas necesarias para que se le considerara héroe en vida; durante sus treinta años en el poder sus administraciones se caracterizaron por dos elementos: el intenso desarrollo económico y, la mano dura y el olvido a los derechos fundamentales consagrados en la constitución de 1857. El dictador Díaz Mori cayó por su propio peso. El pueblo no pudo soportar más su desapego a la ley y su ansia casi demencial por conservar el poder.

Después del término del periodo revolucionario las personas que han asumido el poder desde la presidencia lo han hecho con relativa calma. Me refiero a que los pedimentos populares solicitando su renuncia al cargo no fueron lo suficientemente fuertes como para que sean consideradas como relevantes. Al contrario, algunos de ellos como Miguel Alemán y Carlos Salinas tiraron el anzuelo de la reelección, pero nadie en sano juicio lo pescó.

Es hasta hoy en la segunda década del siglo XXI cuando en el panorama político un sector del pueblo mexicano pide la renuncia del jefe del ejecutivo.

¿Por qué se pide la renuncia del presidente Peña? Pueden existir muchas causas y el cúmulo de ellas hace el efecto detonador de la pretensión. Pero hay unas que destacan de sobremanera. Peña fue un candidato televisivo impulsado ex profeso por la empresa televisa prácticamente desde que fue gobernador del Estado de México, un candidato y después presidente con ese apoyo de los medios electrónicos ha molestado con razón a una buena mayoría; ganó la presidencia con porcentaje menor al 50 por ciento de los votos y es el caso que hasta el día de hoy no ha logrado la legitimidad política necesaria pese a la cooptación de grupos y partidos políticos; durante su régimen proliferan las poses aromáticas de una burguesía recalcitrante, muy diversa a las propias que se esperan de un jefe de Estado, su esposa y los miembros de su familia presentan la idea de la evidente diferencia de clases; en lo que va de su gobierno la corrupción gubernamental es un signo de oprobio, el caso de la casa blanca que lo inmiscuye a él y a su esposa es escándalo mayúsculo a grado tal que hubo una investigación en la cual, obviamente, él y su esposa salieron bien librados.

La ausencia de cumplimiento a los derechos fundamentales manifestados principalmente por el alto grado de inseguridad que se vive en casi todo el país, es uno de los reclamos más sentidos; las ejecuciones en Tlatlaya y Acteal, la desaparición de los 43 estudiantes de la normal de Ayotzinapa, el cúmulo de periodistas desaparecidos o asesinados, el desdén gubernamental para presentar un plan  que resuelva todo esto a corto o mediano plazo; la crisis en que se encuentra metida la economía, el dólar a más de 20 pesos y la deuda externa creciendo, la parálisis de las instituciones públicas que parecen no querer resolver los problemas que les toca por ley atender; el desdén por los méritos y la alabanza y premios a la mediocridad y el amiguismo; la invitación a parlamentar al candidato republicano Donald Trump ha sido la gota que derrama el vaso, el pueblo ha considerado que la deferencia a ese patán es el insulto más grave que se le ha proferido a la nación mexicana.

Todos esos yerros nos conducen a un clima de evidente inestabilidad política, de malestar social, de enojo y reflexión respecto a la estadía en el cargo de una persona que ha dejado de servir a los intereses de todos. Por ello en las redes sociales y en el medio político tímidamente se plantea la posibilidad de la renuncia de Peña.

Digo tímidamente porque el pedimento o exigencia no va acompañada de una fuerza social que haga caminar hacia esa dirección, pese a que en días pasados diversos grupos se organizaron para manifestarse públicamente solicitando la renuncia. Peña no renunciará, en lo nebuloso de su mente no cabe esa posibilidad porque considera que su gobierno cumple y él hace su trabajo con eficacia. Es un presidente que no sabe o no quiere no le interesa saber que tan bien es evaluado por su pueblo, su evaluación es tan mala que su aprobación a duras penas llega  al 25 por ciento, nunca un presidente mexicano ha tenido calificaciones tan bajas. Su pretendida legitimidad nunca se logró,  sus decisiones fallidas y torpes se han encargado de situarlo en el panel de los acusados y presuntos culpables, junto con muchos de sus colaboradores.

Supuestamente la cereza del pastel de su gobierno sería el Pacto por México y las reformas estructurales –la energética, la fiscal, la educativa y la de telecomunicaciones-. En este punto también el tiro le salió por la culata. Hoy somos testigos de la confrontación entre la CETEG y el gobierno, pues los maestros consideran a la reforma una imposición que niega los derechos laborales adquiridos. La reforma energética desposeyó a la nación del petróleo y la de comunicaciones robusteció al monopolio existente.

Peña Nieto tiene que renunciar. Faltan 25 meses para que entregue el poder. Es mucho tiempo para un gobierno que a lo largo de cuatro años ha sido reiterativo en las equivocaciones y en el mantenimiento de la estructura de la corrupción. México está a un paso del desbordamiento brutal de las pasiones, la crisis ya anunciada del 2017 en materia económica puede ser la mecha detonante.